El viajero de estas páginas es de esos tipos poco dados a conjugar en primera persona heroÃsmos y bravuras. En lugar de las geografÃas de la anaconda, el tigre o las moscas Tse-tse prefiere la más modesta, es un decir, de la centolla. Asà emprende el viaje a una tierra mÃtica, que él quiere despojada de cualquier clase de barniz espiritual: no se trata de un Xacobeo Bis. Pero no por eso deja fuera de la mochila las preocupaciones de un alma que, ante los paisajes del Atlántico, combina un apego infinito con un sentido crÃtico espoleado por los estragos del ôfeÃsmoö. Lo que al fin prevalece es la proximidad a la gente, la curiosidad por lo legendario y un cultivo casi obsesivo de la memoria (colectiva e individual).