De tempestades vive un hombre.
Dios ni siquiera muere de lucha.
Lancemos,
al menos,
una doctrina cierta,
una ruta de aire,
de ciudades al amanecer.
Levanta tus copas,
ser dormido, subyugado,
y brinda por los desheredados
de las sábanas sangrientas,
tal vez sangrientas de la memoria.
Si acaso lloras,
tus disparos sean perdonados.