La lectura no siempre se practica con un texto enfrente. Vivimos inmersos en un mundo de lenguajes que nos llaman y que exigen ser le¡dos, pues todo se transforma en una posibilidad de lectura si tomamos conciencia de ello. Muchas personas, sostiene Rodolfo Castro, son grandes lectoras aunque jamás hayan abierto un libro, pero las estad¡sticas las ignoran y la sociedad letrada menosprecia sus formas de leer. As¡ como la cultura evolucionó hacia los libros, la lectura evoluciona hacia el ser humano; para fomentarla debe, pues, ponerse el acento en lo humano. Cuando se pretende imponer los libros sobre las otras lecturas posibles al grado de cancelarlas, no se les hace ningún favor a las letras. Suponer que un libro puede reemplazar la vivencia directa es como creer que la descripción de una manzana nos quitará el hambre. Las otras lecturas conducen a los libros, y nadie será un lector pleno mientras no se permita leer, además de libros, el lenguaje del arte, la ciencia, la música, el juego. Convocados por el autor de La intuición de leer, la intención de narrar, una dramaturga, un cient¡fico, un músico, un cirquero, un director teatral, un poeta, una cuentacuentos y una titiritera nos hacen part¡cipes de su peculiar manera de leer la vida, no en los libros, sino a través de sus oficios y profesiones, e invitan a dirigir los sentidos hacia ese lugar, fuera de las páginas de un libro, donde se encuentra el verdadero continuará... Esta obra se enorgullece de su dispersión y de plantear un incompleto panorama de lo que propone. Queda en manos del lector enriquecer estas lecturas sumándoles esa otra que es la suya propia.
